Presentaba el libro “Antalya”, que había vuelto a reeditar.
El Ágora coruñés me acogía para el acto, al que acudía la prensa. Entre la que estaba un coñito interesante, de La Opinión. Era Elisa, quien fue muy receptiva a mis miradas de deseo sexual. Era tan joven, que yo pensé -tal como pude comprobar más tarde que se trataba de una becaria- que yo rogué a los organizadores que se sentase a mi lado en el ágape tras la presentación.
Tras los postres —gratamente sorprendido por una tarta de castañas— le pedí a Elisa que me acompañase al baño para meternos un tirito de coca.
Elisa, para aplacar los nervios del futuro —sin duda— encuentro sexual, ya se había emborrachado a conciencia.
“¿Me la chupas?”, le dije a la dama, quien procedió a realizarme una perfecta felación.
Volvimos a la mesa, donde ya habían pasado las copas. Y Elisa y yo compartimos un wiski. Mamados como perros nos fuimos al hotel, que pagaban, aunque yo tenía casa en A Coruña. En taxi. Nos quitamos la ropa con pasión. Y yo le comí el coño.
Tras corrernos los dos, nos acostamos. Y yo ya entonces sentía algo de flatulencia, pero no le di importancia. Un par de pedos y ya está.
Pero el pedo venía con regalo: Me había cagado.
Elisa ya se había despertado. Y le conté el percance. “No te preocupes, cariño”, me dijo.
“¿Me dejas probarla?”, dijo, al tiempo que recogía una muestra considerable de hez. Y sin mediar palabra se la introdujo en la boca entre suspiros de excitación.
Fue una maravillosa noche de coprofagia.
leopoldo
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